No es la primera vez que uno de los denominados 'talentos desperdiciados' del fútbol deja el club en el que se crió para buscar mejores posibilidades en otro (en teoría) de menor exigencia. Como dicen las estadísticas, solo uno de cada millón llega a ser profesional, pero eso no implica lo sean al cien por cien.
Muchas veces, como aficionados o incluso como periodistas, criticamos la indolencia de jóvenes millonarios sin mayor presión que la de jugar detrás de una pelota. Pero habría que mirar atrás en más de una ocasión para atribuirnos también nosotros una porción de culpa en las actitudes creadas.
Cuando juegan en el segundo equipo, muchos de los futuros jugadores de élite no solo son enormemente accesibles, sino incluso llegan a trabar una cierta relación con algunos representantes de los medios de comunicación. Sin embargo, en muchas ocasiones esta se confunde con amistad, en la mayoría de los casos por la bisoñez de ambas partes. Y si algún día suben a entrenarse con la primera plantilla, queda un poso de 'yo lo conocí antes que nadie' que a veces nos empuja a ensalzar sus virtudes sin mayor miramiento hacia el resto de su composición futbolística y personal.
Curiosamente, cuando se estabilizan (los pocos que lo hacen) entre los 'mayores' la distancia entre ambas partes se agranda, habitualmente por el lado del deportista, y algunas personas se sienten engañadas o cuando menos menospreciadas. Un gran error, puesto que no fueron sus artículos los que contribuyeron a su auge, sino su calidad y aprovechar el momento adecuado.
El gran ejemplo es Fede Cartabia, del que recuerdo perfectamente su irrupción en una pretemporada con alborozo de la mayoría de los jóvenes periodistas que cubrían la información del filial y que no dudaron en apuntarse a lo que denominaron 'Team Cartabia'. De este modo, hacían ver a sus lectores y seguidores que se encontraban ante un producto de alta calidad, que debía crecer pero del que se escondían sus defectos.
Y es aquí cuando viene el error. Nuestro trabajo se basa en tres premisas: contar lo que otros no son capaces de ver (todos sabemos si un extremo es habilidoso, pero pocos decimos si carece de fundamentos defensivos), contrastar lo que otros nos cuentan para acercar la información a la mayor verdad posible y traducir y analizar los datos a los que tenemos acceso y el resto de gente no para explicarlos de forma sencilla y entendible.
Quien vio y conoció a Cartabia en aquel momento sabía tres cosas: que tenía gol y desborde, que era indisciplinado a nivel táctico y que precisaba de un entorno perfecto para rendir, puesto que en casos de presión sufría desapariciones esporádicas en el terreno de juego. Pero pesó más el hype que la realidad. Y, pocos años después, vinieron las inevitables críticas.
Ni él, ni Deloufeu ni Jesé son genios incomprendidos. Primero, porque no son genios. Segundo, porque a pesar de ello lo creen, ya que una cantidad ingente de personas de su entorno se ocupa de transmitírselo cada día. Y tercero, porque cuando pasas por varios lugares y en ninguno marcas la diferencia de manera constante, sino únicamente con chispazos, obviamente no eres un trabajador fiable. Puedes ser útil, porque en una plantilla de 25 hombres todos suman en un momento determinado. Pero tu aportación general está muy por debajo de la media, aunque tus comparecencias brillantes llamen más la atención que las de los demás.
Los periodistas ensalzamos y bajamos del pedestal a muchos jóvenes que de repente se encuentran ante el máximo reto de sus vidas. Quizá por miedo a que una crítica (en privado o en público) nos haga perder el favor de esa gente. O por tratar de desmarcarnos del resto ejerciendo como descubridores de talento. Pero lo cierto es que no tenemos tanta incidencia. Para que ellos hayan llegado hasta ahí alguien los captó y muchos los entrenaron. Y su carácter y educación (en lo bueno y en lo malo) ya vienen de atrás. Únicamente se muestran con total crudeza cuando creen estar por encima de los demás.
Lo dijo Juan Mata. Ellos viven en una burbuja. Pero, cuando vayamos a hablar de periodismo, pensemos en qué estamos contribuyendo a ello. Y, sobre todo, miremos hacia las miles de personas que pueden leernos y que se fían (todavía) de nosotros, más que hacia la posibilidad de estar cerca de alguien que posiblemente te eche de su círculo a la primera dificultad.
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