Vaya por delante que soy el primero que cree que han hecho mal su trabajo. Incluso que, en ocasiones, ni siquiera lo han hecho. Que su incapacidad no sólo permitió la crisis económica sino que la agravó. Y que, pese a la denominada 'nueva política', los viejos vicios continúan patentes.
También estaría de acuerdo en que, ya que ellos mismos se han mostrado incapaces para llegar a acuerdos, demostrando que le otorgan más importancia a posiciones inmovilistas que al interés general de un país, merecen asarse al sol en traje mientras intentan alcanzar algún tipo de pacto. El que sea. Y ver en los informativos a esa gente que a veces ni siquiera llega a fin de mes disfrutando de un merecido descanso, aunque sea solo una semana.
Sin embargo, debemos plantearnos un escenario realista. Y ese es aquel que demuestra que llevan un año donde (lejos de gobernar a nivel nacional o autonómico), se han preocupado de crear estrategias, vivir en campaña constante y viajar de un lado a otro de España y del mundo. Algo que, dicho sea de paso, firmaría (y más con el sueldo que perciben) cualquier charcutero de barrio. Pero que tiene que hacer pensar al electorado si es la situación óptima para conseguir los resultados que todo el mundo espera. O, al menos, los que menos descontentos dejen.
Partamos de la base, para quien no ha vivido esa vida, que viajar mola mucho. Que estar de comida y de cena una y otra vez es bonito, divertido y agradecido. Que trabajar más a nivel mental que físico no pasa tantas facturas. Y que conocer gente interesante casi a diario es estimulante. Pero seamos también conscientes de que cuando esa situación se hace constante el cansancio aparece. Para cualquiera. Y pondré aquí un ejemplo muy reconocible en España.
Los primeros dos o tres años de Antonio Lobato en la Fórmula 1 fueron brillantes televisivamente hablando. primero, por la frescura que daba el hecho de mostrar algo que era nuevo para él. Luego, porque a medida que te vas haciendo experto en una materia ves muchas más cosas que poder contar y acercar a tu público. Y en tercer lugar, porque te llegan muchas propuestas externas sobre temas que quizá pueden ayudarte a mejorar. Pero el octavo año, el noveno o el décimo, aun haciendo muy bien las cosas, es imposible que tengas la chispa de los inicios. Cada vez hay menos cosas novedosas que mostrar. Además, los resultados de aquellos a quienes apoyas no son los esperados. Y, aun disfrutando de aquello que te gusta, la sensación no es la misma.
Pongámonos, por una vez, en la piel de los políticos. Donde los que tienen hijos pequeños apenas pueden verlos. Donde tu tiempo libre siempre está fiscalizado. Donde no hay una desconexión real y permanente. Y donde, por ese cúmulo de circunstancias, es imposible que vacíes tu cabeza de malos rollos para afrontar una negociación con buena disposición.
¿Cuántas veces nos hemos ido de vacaciones cabreados a nivel laboral y, al volver, hemos encontrado todo más calmado y hemos contribuido a mejorar el ambiente? ¿En cuántas ocasiones hemos pensado y, a veces, tomado decisiones, que habíamos tenido que posponer por no disponer de tiempo real para analizar con perspectiva?
Al final, incluso en estas circunstancias debemos decidir qué queremos. En teoría, ya lo hemos hecho en las urnas. Ahora tenemos que pronunciarnos sobre si queremos que la gobernabilidad de un país dependa de personas agotadas y con posturas poco reconciliables o lo haga de gente que, tras un descanso (merecido o no, pero necesario), sea capaz de una vez por todas de pensar en el resto. Tras haber pensado, esta vez sí y en soledad, en sí mismos.
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