Vaya por delante que este no es un artículo totalitario, en el sentido de que lo que expongo no es una verdad absoluta. No hay gurús en los nuevos tiempos porque estos cambian tan rápido que nadie puede tener un dominio alto de sus materias, pero sí es cierto que existen una serie de patrones comunes que pueden asociarse a determinados individuos y situaciones.
Como saben aquellas personas que alguna vez han visitado este blog, trabajo en casa desde hace nueve años. A base de ensayos y errores, soy más eficiente que cuando empecé. Soy capaz de disfrutar más de mi tiempo y de conciliar en gran medida mi vida laboral con la familiar. Aunque eso no quiera decir que no tenga épocas de picos de actividad, ni que no viva situaciones estresantes.
Como periodista, he tenido que vivir una época que al mismo tiempo ha sido (y es) horrenda y extraordinaria: por una parte, internet y las redes sociales nos han llevado a cambiar nuestra forma de trabajar y nuestras posibilidades de que nuestros mensajes lleguen a muchísimas más personas. Pero, por otra, la crisis y la incapacidad de los empresarios (que son eso y no profesionales de la comunicación, con todo lo que ello conlleva) ha supuesto un número salvaje de despidos en mi profesión. Y la necesidad de reinvención de gente que sólo sabía hacer una cosa durante los últimos 15 años.
En esa perspectiva, el emprendimiento (o, en la mayoría de los casos, la simpleza de tener que hacerse autónomo) se ha erigido en la base laboral de muchos de los que dejaron sus puestos fijos. Y, como nadie nos ha enseñado a ser freelance, ni vivimos ya en un mundo de seguridad contractual, la mayoría vive en una tensión permanente porque buscarse la vida y tener que obtener clientes de forma constante no es algo para lo que estén preparados.
Mi caso, e insisto que es sólo el mío (aunque a algunas de las personas que me rodean han acabado transitando por las mismas situaciones), acaba resumiéndose en tres supuestos:
1.- Debes sembrar en diversas áreas porque cuando un cliente se cae no tarda demasiado en aparecer otro.
2.- En cuanto te alejas de un cliente tóxico, aunque sea quien más te pague, CASI SIEMPRE aparecen un par que valen la pena, con quienes trabajas mejor y que solventan en buena medida el déficit económico que suponía tu decisión
3.- Para mí, la más importante y la que cambia totalmente nuestra mentalidad hoy día. No puedes estar pensando constantemente en qué pasará si pierdes una cuenta. Hay veces que ocurre y se pasa mal, a nivel personal y dinerario. Entre otras cosas, porque ya no hay ciclos constantes sino picos laborales. Sería, exagerando el concepto, como estar pendiente de cuándo vas a dejar de existir, algo que te provocaría una angustia que te impediría disfrutar de la vida.
Hoy hemos vuelto a la época de nuestros abuelos, que no está tan lejana. Donde cada día debían arar el campo. Donde factores externos que no se pueden controlar (para ellos el clima, para nosotros la constante evolución de lo que demanda la sociedad) deciden en gran medida si nuestro trabajo está bien hecho o no. Pero, como ellos, tenemos la oportunidad de poder disfrutar de las cosas pequeñas.
Puedes llevar a tu hijo al parque sin miedo porque si te entra un mail en tu teléfono móvil tienes la capacidad de leerlo y responderlo al momento. Puedes trabajar sin un horario lineal y una oficina fija siempre que seas capaz de cumplir unos objetivos. Y puedes tener diversificada tu actividad profesional entre aquello que haces y aquello que te gusta, con la posibilidad real de poder enfocar tu carrera hacia lo segundo en un corto plazo.
La incertidumbre es una mierda. Buscarte constantemente la vida es una mierda. No tener trabajo fijo (en algunos casos) es una mierda. Que no haya ayudas a los autónomos es una mierda. Tener que tomar decisiones vitales sin saber con qué dinero podrás contar mañana es una mierda.
Y sin embargo, así se vivía no hace mucho. Y la gente era feliz. Y tiraba hacia adelante. Y tenía seis hijos. Y los criaba. Y los alimentaba.
Porque, a veces, las respuestas están muy cerca en el tiempo y en el espacio. Y en ocasiones para cambiar la perspectiva únicamente (si tenéis la suerte de que vuestros abuelos sigan vivos) hace falta una conversación para poner las cosas en su sitio.
Lo has enfocado muy bien, David. Parece que trabajar en casa sea la panacea del estrés laboral, y cuando se nos dice que tendemos a ello, el trabajador, lo primero que piensa, es que no está sujeto a horarios y obligaciones propias del puesto de trabajo, y puede organizarse el trabajo de manera óptima con sus obligaciones familiares; pero tiene aristas que los que no conocemos el percal con profundidad se nos escapan.
Yo tengo un amigo freelance dibujante, y se gana bien la vida a base de dejarse las cejas en épocas punta, pero depende de que su cuerpo esté en condiciones. Si no lo está, no hay Dios que lo cubra y muy posiblemente pierde al cliente. En cuanto a los horarios, se tiene que adaptar a la demanda, y en muchas ocasiones tiene que robar horas al sueño para no perder un cliente. Por lo que tampoco dispone de un tiempo de ocio prefijado, y depende de las necesidades puntuales de los clientes claramente.
Nos hemos acomodado a los avances de la legislación laboral del siglo XX (porque en el XXI hemos retrocedido varias décadas en este sentido), y una simple comparación con la vida laboral hace bastantes décadas en que el sector servicios comportaba un ínfimo porcentaje de la economía, nos da más luz sobre lo que en realidad es el trabajo y la economía real. La tecnología nos ha hecho más fácil, en general, el trabajo físico, pero ha aumentado mucho más el trabajo mental. Por eso nos surgen más desajustes psíquicos y esa ansiedad de la que hablas.
Un saludo.
Publicado por: JL | 23/03/2016 en 20:24