Vaya por delante que el fundador de Foxize School, Fernando de la Rosa, ya me ha dejado claro en varias ocasiones que 'la gente' no existe. Que, en una sociedad hipersegmentada, cada vez más hay usuarios distintos con diferentes necesidades y que generalizar es un error que acaban pagando muchas empresas cuando se dirigen a un público demasiado poco definido.
Sin embargo, voy a hablar desde mi propia experiencia. Entre otras cosas, porque no hay mucha gente en España (creo) que lleve trabajando desde casa casi 10 años. Y, sobre todo, porque me he encontrado a lo largo de los últimos tiempos con muchos argumentos como los que expongo.
Ya desglosé en el libro 'Por qué no nos dejan trabajar desde casa?' que se pierden tres horas y media al día en huevear en la oficina: la media hora del primer café, los 45 minutos del almuerzo, la horita en redes sociales antes de comer, los 15 minutos del segundo café al llegar por la tarde y la lectura de webs de siete a ocho cuando hace rato que hemos terminado nuestro trabajo.
Eso significa dos cosas: que se puede ser productivo trabajando menos horas al día y que los contratos de ocho horas que queman a la gente y les impiden hacer cosas que les harían más felices (que van desde ir al gimnasio a una hora normal a cuidar a su madre enferma algún tiempo al día) empiezan a estar obsoletos.
Es por ello, aunque también por necesidad a causa de los despidos y los ERE, que mucha gente se ha lanzado a emprender.Y, algunos de ellos, trabajando en sus domicilios. Algo a lo que NADIE les ha enseñado y que, por lo tanto, les supone un problema de aprendizaje ensayo-error que en muchas ocasiones les resta tiempo productivo.
Hoy me centro exclusivamente en aquellos que tienen niños. Que, cuando salían de la oficina a las nueve de la noche, se lamentaban de no poder darles la cena ni bañarlos y debían contentarse sólo con darles las buenas noches. O que, al entrar a las ocho de la mañana, debían dejárselos a los abuelos o pagar un suplemento para que entraran antes en la guardería.
Ese es el grupo de personas que, cuando abandona su horario fijo para buscar uno más flexible, en realidad no quiere cambiar nada. O casi nada. Y me explico. Son recurrentes las frases 'los niños no me dejan trabajar', 'me he ido a un coworking porque en casa no me puedo concentrar' o 'he contratado a una chica para que los cuide mientras yo me encierro en el despacho'. Todo ello entendible... hasta un punto.
Aquellos (no me suelo referir a aquellas, que también las hay, pero lo cierto es que las mujeres anteponen las necesidades familiares a las laborales y luego aprietan para llegar a estas segundas. Como han hecho toda la vida. O han visto hacer a sus madres y abuelas) son los que no entienden que hay que deslinealizar el horario. Que ya no hay que pasarse un tercio del día delante del ordenador. Que puedes jugar con tu hijo, darle de comer, dormirlo o contarle un cuento y que te va a dar tiempo a hacer todo lo demás. Porque ese 'todo lo demás' ocupa menos tiempo del que piensas, si eres capaz de concentrarte en ello.
Falta, como siempre, cultura del emprendimiento en España. Y este es uno de los casos más flagrantes. Aunque hay esperanza, como demuestra el libro Papiconcilia, donde padres (y no madres) explican cómo compaginar su vida personal y laboral para ser FELICES. Y se puede. Ya lo creo que se puede.
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