Hay palabras que llegan para instalarse en nuestras vidas, que sintetizan un concepto etéreo para hacerlo tangible y consiguen instaurarse de manera rápida e irreversible en el imaginario colectivo de la sociedad.
Hoy, 27 de noviembre de 2014, es innegable que la última acepción de estas características es 'casta', promovida por Pablo Iglesias para el panorama político pero enormemente aplicable a miles de ámbitos de la España del presentismo, el funcionarismo y la corrupción.
Que hay casta en la política no sólo es evidente sino demostrable, con personas dedicadas a ella que fuera de ese ámbito serían incapaces de ser competitivas y que legislan desde una vida de privilegios que les incapacita para conocer los problemas reales de la gente.
Pero, por desgracia, es un término mucho más extendido en la sociedad de lo que querríamos, que impide de tal forma avanzar a determinados sectores que en muchos casos obliga a los 'rompedores' a esperar la muerte o la jubilación del 'antiguo régimen' para que alguien apueste por lo nuevo. Aun viéndolo muy claro.
Este post se escribe a propósito de tres ejemplos muy definitorios, recalcados en mundos tan diversos como conectados como son las empresas, el periodismo y la gastronomía. Donde, en un país que cada vez innova más, el techo invisible impide demostrar su verdadero potencial.
Ya adelantábamos en los párrafos anteriores lo que ocurre con los llamados 'empresaurios', a quienes se debe tener el máximo respeto por haber sido visionarios en su día pero que perdieron hace mucho la capacidad de reinventarse. Son los que dicen 'toda la vida lo he hecho así y me ha funcionado', sin ver que sus compañías incurren en pérdidas una y otra vez a causa de ese pensamiento.
Casi lo mismo se traslada al periodismo, un sector en el que los profesionales se han dado cuenta de la importancia de la marca personal y la fuerza de las redes sociales cuando les echaron de los medios tradicionales. Esos que siguen inyectando dinero en papel, rediseños y plataformas fallidas mientras son incapaces de hacer negocio con las infinitas posibilidades de internet.
Y el que más recientemente he descubierto es el de la gastronomía, con la acertadísima definición de Gastrocasta. Allí se engloban aquellos que, gracias a su capacidad económica, han podido probar lugares que van desde los 10 hasta los 300 euros de ticket y que pontifican sobre ello, tratando por encima del hombro a aquellos que no disponen de los mismos medios utilizando frases como 'alguien debería enseñaros a comer'.
Es cierto que es difícil emprender, pero cada vez hay más gente que quiere hacerlo. Y que hay seis millones de parados, pero también surgen nuevos trabajos que hace cinco años no existían y que pueden ir recolocando a alguno de esos perfiles.
Pero será difícil un cambio total de paradigma hasta que no desaparezca la casta. En general. Y eso, por desgracia, no ocurirá ni siquiera si Podemos llega a la Moncloa y trata de usar esos cuatro años para poner en marcha un nuevo proyecto de país.
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