Quizá quienes lean esta historia no sean de Bilbao. O incluso no les guste el fútbol. Pero lo que aquí cuento no habla de nacionalidades ni de deportes, sino de un hombre que vivió a base de sonrisas.
Para quien no tuviera la suerte de conocerle, José Iragorri fue (hasta ayer, cuando nos dejó) un periodista que cambió la radio en el País Vasco. Que decidió un buen día cambiar la palabra ‘Gol’ por ‘Bakalao’ en sus retransmisiones deportivas y que con esa única decisión se convirtió en un referente inolvidable. Un pionero de lo que hoy llamamos Marca Personal.
Pero no fue ésa su verdadera virtud, sino una de las que no enseñan en las escuelas de Periodismo: aquella que dice que hay que ser respetuoso, no creerse protagonista ni atacar a tus compañeros.
Yo le escuché criticar a jugadores, pero por su rendimiento o actitudes, no por no concederle una entrevista. Y nunca le vi negar nada a ningún otro colega de profesión. Porque entendía que una cosa era el celo profesional y otra muy distinta las guerras imbéciles que muchos siguen protagonizando hoy día.
Tuve la suerte de conocer a Jos, como lo llamaban sus amigos, contando yo con 18 años. Cuando desde una radio diminuta de Valencia lo localicé para que me contara en directo cómo llegaba el Athletic a Mestalla. Y, lejos de escudarse en su ya enorme prestigio, habló con aquellos chavales como si fueran la BBC. Y lo hizo año tras año, hasta que prefirió conocer a aquellos niños en persona e invitarles a comer.
Dudo mucho que cuando yo muera futbolistas del Valencia o del Levante expresen sus condolencias. Tampoco las espero, porque no he buscado nunca su amistad. Pero ayer vi a Julen Guerrero y Javi Martínez expresar su afecto a través de las redes sociales. Y como ellos, cientos de oyentes que lamentaban no escuchar nunca más a aquel vasco de dos metros y eterno bigote.
Ojalá el periodismo deportivo creara una cátedra ‘José Iragorri’. Al de este país le hace mucha falta. Y ayudaría a los que vienen a fijarse en un espejo de verdad. No en los que, en gran medida, tenemos que sufrir hoy día.
Goian bego, amigo. Siempre narraste como los ángeles. Ahora podrás hacerlo junto a ellos.
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