Vivimos tiempos muy complicados. Tanto, que por primera vez en mucho tiempo alguna gente, rival durante toda su existencia, trabaja codo con codo para sobrevivir. Y descubre que aquel a quien odiaba o despreciaba en realidad puede ser un gran aliado. Y, en algunas ocasiones, hasta un buen amigo.
Sin embargo, existen reductos donde los odios se acrecentan por más que uno no quiera. En el mundo político es tan evidente que los gobernantes han dejado de preocuparse por arreglar los problemas de sus ciudadanos para ver quién es menos incompetente. Cosa difícil, por otra parte.
Y esto es algo que también ocurre en el mundo del fútbol. Allí la rivalidad siempre ha existido. En algunos casos, bien entendida. En otros, por desgracia, provocando enfrentamientos primero verbales y luego hasta físicos. Porque se sigue justificando que todo lo malo que nos pasa en la vida podemos echarlo en forma de espumarajo bucal dentro de un recinto deportivo. Y si es contra el vecino, mejor que mejor. Y si es con mala leche y tirando a hacer daño, aún más.
Soy aficionado del Valencia Club de Fútbol desde que a los seis años mi padre me llevó por primera vez a Mestalla. A nadie, o a casi nadie, nos dejan elegir nuestros colores. Nos los inculcan desde la infancia, haciendo que los asociemos a recuerdos tan hermosos que ya no se nos borran jamás. No es una crítica. Pero es una realidad.
También soy simpatizante del resto de los equipos que integran la fauna deportiva de mi ciudad. Primero, porque me gusta ver a la gente de mi alrededor. Segundo, porque en ocasiones transmiten valores que dan ejemplo a la sociedad y hasta a sus contrincantes. Y tercero porque, como periodista deportivo, cuanta más actividad haya en mis cercanías más posibilidades tendré de trabajar.
Si alguien no lo cree, puedo resumirle muchas de mis retransmisiones a lo largo de los últimos 15 años: Valencia Club de Fútbol, sí. Levante Unión Deportiva, también. Pero pasando por el Valencia Basket, los desaparecidos Ros Casares de baloncesto femenino, Vijusa Valencia de fútbol sala o Waterpolo Valencia, Mundial de Motociclismo en Cheste, Mundial de Fórmula 1 en el Valencia Street Circuit... Y eso sin contar presencias para gestionar noticias en el Medio Maratón de Valencia, la America's Cup, los partidos de balonmano del Vamasa, el Osito o el Ferrobús, las competiciones atléticas del Valencia Terra i Mar o las carreras en Estados Unidos del piloto de automovilismo Adrián Campos Junior.
Y sin embargo, hay dos vertientes que parece que te penalicen cuando hablas de 'los otros': se me ocurrió poner en Twitter un día que para ver buen fútbol y ambiente sano había que visitar el estadio del Levante y muchos valencianistas se molestaron. Pero en ningún caso menospreciaba a MI equipo. Solamente constataba una realidad, pues en Mestalla había silbidos, mal juego y cánticos contra los dirigentes y el entonces entrenador.
También a través de las redes sociales elogié (y lo seguiré haciendo) que los azulgrana se tornaran 2.0 a nivel de social media, televisión o radio online antes que los blanquinegros. Y recibí un mensaje de un integrante del gabinete de prensa del VCF criticando mis palabras. No comment.
Tampoco parece que uno pueda alegrarse sinceramente de los éxitos del vecino. Porque en tu casa se cabrean y te insultan y en la de ellos te dicen que eres un choto (mote despectivo hacia los valencianistas) y que de esos no quieren allí.
Y yo, al final, solo reivindico una cosa: mi derecho a disfrutar con quien me dé la gana. Puedo tener un equipo, pero puedo ver que otro lo hace bien y decirlo. O alegrarme. O criticar a los míos para buscar que mejoren. Y no por ello dejo de ser valencianista ni soy un infiltrado o un oportunista con el Levante.
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Publicado por: Keypeoriefe | 09/05/2013 en 04:09