Hace casi cuatro años que salgo a correr. Siempre he hecho deporte, pero nunca me dio por lo que ahora se llama running. Lo veía aburrido. No me motivaba. Prefería el fútbol siete, el fútbol sala, el tenis, el squash, el frontón...
Quizá hace seis que corro, porque compré una máquina de gimnasio que instalé en el comedor de mi casa para iniciarme sin tener que pisar la calle y para poder ver series en la televisión mientras hacía ejercicio. Un dos por uno que se convertía en tres por uno, pudiendo ducharme y cambiarme de inmediato y tirarme luego en el sofá.
El caso es que, tras unos análisis que diagnosticaron que mis triglicéridos eran altos de forma hereditaria, el médico me dijo que debía hacer más deporte. Y lo que nunca había hecho, a pesar de vivir al lado del río Turia (en Valencia abarca 13 kilómetros de parque verde que parte en dos la ciudad) comenzó a ser una constante.
Esta podría ser la explicación que me ha llevado hasta hoy. Aunque la realidad es que la actividad que practico en este momento y la que comencé en 2007 no tienen nada que ver. Por las personas. Por los retos. Por la motivación. Por la forma física alcanzada. Por la inspiración.
A menudo me preguntan por qué corro. Si no me aburro. Si no me canso. Si estoy loco al salir con frío o con calorazo. Si no me da pereza salir temprano o llegar a casa ya de noche. Si tengo alguna necesidad de cogerme el coche, aparcarlo, correr por la playa y volver.
La realidad es que he encontrado muchas cosas que me incitan a correr, más allá de encontrarme bien cuando lo hago: me permite escuchar la música que me gusta, algo que no hago trabajando porque suele desconcentrarme. Puedo respirar aire algo menos contaminado, gracias a los árboles entre los que me muevo. Suelo encontrarme a amigos con los que quedo poco, lo que me alegra la mañana o la tarde. Me exijo un poco más cada día, algo que luego tiene transferencia en la vida laboral y personal. Y, sobre todo, me ayuda a pensar. Corriendo se me han ocurrido algunas de las ideas más importantes de los últimos años.
A ello se le une algo mágico en mi ciudad: poder correr por la playa en invierno. Lo hago habitualmente en verano y es sensacional, porque me encanta hacerlo descalzo. Pero entre noviembre y marzo no hay casi nadie. Tienes la arena y el mar para ti solo y te da la sensación que escapas de la rutina y que tienes una hora para libre para interiorizar lo aprendido hasta ese momento.
Pero #RunFor no solo significa por qué corro. También por quién lo hago. A menudo, cuando no puedo más, pienso en los familiares que ya no están. En los amigos que se fueron demasiado jóvenes y no podrán hacer lo que yo hago. En Edu Pinto, un chico de siete años con una enfermedad degenerativa por quien estamos luchando para que sea operado y pueda vivir. Y también por la gente que me inspira cada día, como mi mujer y mi hija, mis amigos Rafa Olcina y David Sánchez o gente de altísimo nivel como Kilian Jornet o Josef Ajram.
Y resulta que siempre puedes dar unos pasos más. Así en el running como en la vida
Comentarios