Escuchaba y, sobre todo, leía en Twitter antes del encuentro de vuelta de Copa del Rey contra el Real Madrid que era noche de remontada. De épica. De magia. Que se podía conseguir eliminar del torneo a uno de los transatlánticos del fútbol mundial. Y, una vez más, no se hizo.
Me da la sensación que los hálitos de euforia vienen de épocas heredadas. Que hay gente que, aun sin creerlo, invoca espíritus pasados como si la sola mención de una posibilidad diera opciones a la fe. Y esperanzas a los que las han perdido.
Pero la realidad, al menos la que se lleva viviendo en Valencia desde hace ya más de un lustro, es que en el fuero interno de cada aficionado eso no es así. Pese a sus demostraciones de adhesión ciega a unos colores, más galeristas que realmente apasionadas.
Lo demuestra el cada vez más vacío estado de Mestalla. Lo demuestra el descenso por primera vez en décadas de peticiones de pases de temporada. Lo demuestran las redes sociales, hervidero de sencilla y rápida consulta donde la gente duda si ir o no al estadio, si apoyar a su equipo o silbar a su presidente o siquiera si existe una plantilla competitiva en una de las Ligas menos fuertes del siglo XXI.
No hace falta retrotaerse a Ranieri, Cúper y Benítez, los tres tótems del último decenio brillante del club. Basta con recordar la eliminación del Real Madrid en Copa con Fernando, Mijatovic y Salenko como protagonistas. O los partidos épicos contra el Barcelona con Hiddink en el banquillo, donde un 3-4 en contra se convirtió en uno de los encuentros más aplaudidos de la historia del viejo recinto valencianista.
Hoy, sin embargo, nadie cree en Víctor Ruiz. Ni en Piatti. Ni en Guardado. Ni en Valdez. Ni en Tino Costa. Ni siquiera en Banega, talento puro cuando se desboca de ese que tanto ha gustado de aplaudir Mestalla en su historia.
Falta el alma que te ponía un gusanillo en las entrañas cuando era noche de partido inolvidable. Demasiadas veces no has ganado a los grandes. En demasiadas ocasiones has perdido contra los pequeños. Hace demasiado que no juegas una final, o que no estás realmente cerca de jugarla.
Pero, sobre todo, hay un dato todavía más preocupante: los hoy padres de familia, desencantados, están dejando de llevar a sus hijos al fútbol. Y sin esa savia nueva, donde la ilusión todavía permanece intacta pese a los reveses, el Valencia está abocado a la mediocridad.
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