Un día tras otro, escucho en la radio anuncios de semanas fantásticas y precios extraordinarios. Hace unos años, no muchos, me hubiera planteado ir a dar una vuelta. A ver qué caía. Hay que renovarse el vestuario, dicen. La imagen es fundamental, dicen. Y todas esas cosas.
Sin embargo, un instante después pienso en el tiempo que llevo sin comprarme ropa. Aprovechando la que tengo. ¿Me gustaría llevar cosas nuevas cada dos o tres meses? Indudablemente sí. Pero no me atrevo a estrenar vaqueros por si me viene una factura inesperada.
Y como eso, traslado la situación a otras instancias de mi vida. No como fuera más que de menú. O cambio las comidas por desayunos o almuerzos. Sales igual, te despejas igual y ahorras una barbaridad. Con 50 euros al mes puedes hacerlo sin exagerar cinco veces. Es decir, una cada fin de semana y alguna entre semana. Es algo que casi cualquiera se puede permitir. Y no te da la sensación de convertirte en un ser asocial.
Pero de repente pienso: ¿cómo debo estar reventando a las tiendas, si esto lo piensan igual que yo millones de personas? ¿Y a los restaurante de 18 euros el menú, con platos extraordinarios ajustando al máximo sus precios?
Hoy, no vale la pena negarlo, vivimos en la sociedad del miedo. Lo dice alguien que tiene trabajo, al que le van bien las cosas y que cobra un sueldo decente. Que paga un coche y una hipoteca y los gastos derivados en forma de seguros. Es decir, sin dispendios de locura. Pero que muchas veces llega justo a fin de mes.
Y, en ese momento, me vienen a la cabeza los políticos. Los que dicen velar por sus ciudadanos, pero no tendrán problemas para irse de tiendas. Los que piden ajustes, pero en ningún caso se han bajado el sueldo. Los que abaratan el despido, pero se quedan con cara de gilipollas cuando Jordi Évole le pregunta a dos congresistas qué les parecería aplicar la reforma laboral en el Congreso. Para tirar a la mitad de la gente y apañarse con 1.000 eurillos al mes y eso. Como la peña normal, vamos.
No llamo a la revolución, aunque no me importaría saber exactamente desde la legalidad cómo hacer que esta gente se acojonara de verdad. Pero sí creo que, en fechas previas a la Navidad, no podemos obviar que mientras la mayoría de las personas de este país las pasan putísimas para llegar a fin de mes, la 'casta' política desconoce al mil por cien cuáles son las angustias de los hombres y mujeres de a pie.
Por eso comparto el lema de una de mis canciones preferidas, cantada y compuesta por Rosana. Y espero que, como en la mayoría de los casos ya no queda nada que perder, seamos capaces de comenzar a vivir sin miedo. A protestar, a criticar, a exigir calidad y, sobre todo, a pedir igualdad. Porque no puede ser que los únicos que no se ajustan el cinturón sean los que nos digan cómo tenemos que vivir.
Comentarios