Vivimos en la sociedad del éxito. Solo éste se premia. Solamente aquellos que no erran nunca (o casi nunca) se sitúan en la cúspide social y laboral. Por eso resulta curioso, cuanto menos, que con las inmensas cagadas de los políticos y directivos bancarios y de los grupos de comunicación estos sean los mejor remunerados...
Hablaba hace mucho tiempo con mi amigo Álex Penadés. Hijo, nieto y bisnieto de emprendedores. Emprendedor en sí mismo. Y con un hijo en edad de educar al que quería transmitir unos valores reales que le sirvieran para su vida futura. No una educación lineal, borreguil y cambiante según el partido que gobierne que le dejara indefenso cuando el paro estuviera al 25 por cien y la única fórmula fuera buscarse la vida por su cuenta.
Por eso escribió un delicioso cuento (destinado a niños pero enfocado a sus padres) llamado EL CHIRINGUITO DE MARTÍN. Una historia donde un infante intenta poner en marcha pequeños negocios (muy al estilo USA) para poder disponer de un dinero que administrar. Nada que ver con una corporación. Simplemente vender limonada. O limpiar coches. O ayudar en las tareas de la casa.
Aunque no lo parezca, se trata de un escrito revolucionario. Sobre todo en España, donde la mayoría de jóvenes buscan ser funcionarios pero no por vocación, sino porque les prometen un trabajo de por vida. Y, sobre todo, porque con un horario mejor que el del resto de trabajadores en sus ratos libres pueden dedicarse a lo que en verdad les apasiona. Es decir, que fabricamos trabajadores desapasionados que solamente ejercen en aquello que les motiva como hobby. Y los hobbies, o la mayoría de ellos, no hacen rodar las economías.
Y es revolucionario por un motivo: a un niño, en su fase de formación, le enseñas tres cosas. La primera, que el dinero se gana con un cierto esfuerzo y no cae del cielo en forma de consolas. La segunda, que trabajar puede ser divertido si usas el tiempo en algo que te apasione. Pero sobre todo la tercera, en la que en ocasiones tu proyecto no sale como querías pero inmediatamente te rehaces. Eso les ocurre a los niños, donde las decepciones duran minutos o como mucho horas. Y donde no hay miedo a seguir preguntando para mejorar.
Sin embargo, en el mundo de los adultos si fallas te masacran. Te tildan de mal trabajador, de vago, de poco adecuado para un puesto de responsabilidad. Te echan una bronca destructiva, en muy pocas ocasiones constructiva. Se aprovechan de tu debilidad para adelantarte en una carrera absurda por obtener ascensos a fuerza de pisar a los de al lado. Y, en muchas ocasiones, crean un daño psicológico en personas muy capaces de hacer su trabajo que les lleva a fallar más y más, por el simple miedo a hacer mal algo que saben hacer con los ojos cerrados.
Hay muchas cosas que cambiar en nuestra sociedad, pero una de ellas es perdonar el error, siempre que sea subsanable. Y como mucho poner todas las herramientas para que no se vuelva a repetir. Pero condenarlo como una falta gravísima ha excluido de la carrera a gente brillante. La ha desmotivado. Y ha hecho de España un lugar de mierda para trabajar.
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Saludos
Publicado por: mas info | 19/11/2013 en 14:28
Querido David, no podría estar más de acuerdo. Por eso intento dar ejemplo a mis hijos. De dos formas, primero no les regaño ni me siento defraudado si algo no les sale. Les ayudo y empujo, les demuestro que somos falibles, pero que somos capaces de hacer mucho más de lo que nos imaginamos. Sólo necesitamos una meta clara y perseguirla sin cesar. Por otro lado, intento darme permiso cuando no sale a la primera, sin castigarme. Respiro, cojo fuerzas, pienso qué puedo hacer para conseguirlo y lo vuelvo a intentar.
Gracias por este magnífico post!
Publicado por: Daviddimas | 16/12/2012 en 11:41