Si algo que aborrezco es que alguien intente imponer sus ideas. Es más, que crea que son las únicas válidas e intente adoctrinar a los demás, impidiéndoles expresar libremente su opinión como éstos si le dejan hacer a él (o ella).
Existe en el mundo occidental la creencia de que la ley islámica es represiva, medieval, machista y hasta sádica. Y, en algunos casos, es muy cierto. Que las mujeres vayan tapadas, que se les obligue a casarse por conveniencia, que puedan ser lapidadas por ser infieles, que no puedan estudiar... Son normas que van en contra de los Derechos Humanos. Aunque también habría que recordar que en España algunas de estas situaciones se producían en pleno siglo XX. Y bajo el amparo de la religión católica.
La intolerancia se manifiesta en el -ANTI. En que mi verdad es la buena y tú eres una oveja descarriada a la que hay que cambiar o aniquilar. Es obvio que esto estuvo presente en los atentados del 11-S y el 11-M. Como también lo estuvo en las Cruzadas o la Inquisición.
Aunque incomprensibles, las leyes de la Torà hablan de esa violencia. Y, por lo tanto, puede llegar a considerarse lógico que en base a una educación unidireccional los islamistas se crean estas cosas. Plantéese el lector qué sería de él si hubiera nacido en Pakistán y hubiera asistido a las escuelas religiosas. A veces no se puede elegir.
Sin embargo, desde la religión católica (la mayoritaria en el mundo) siempre se ha hablado de que Dios (la misma deidad con distinto nombre del Hinduismo, el Islamismo o el Budismo) es amor. Que comprende al diferente. Que perdona los pecados. Que integra a todo aquel que quiera unirse.
Pero la realidad es muy distinta. Más allá de los lugares comunes como los abusos a infantes o las riquezas no repartidas entre los pobres de la Iglesia, existe una realidad cotidiana que da pie a pensar si no estaremos ante una religión radical. Quizá no en los ataques físicos, pero sí a través del intento de adoctrinamiento.
No hay que ser periodista para darse cuenta de que la gente joven, en general, no va a la iglesia. En la era de la comunicación no les motiva escuchar siempre lo mismo a un señor día tras día, sin posibilidad de comentarlo. Por mucho que Benedicto XVI tenga Facebook éste no es ni mucho menos un lugar de libre pensamiento y tertulia. Y ahí, anclada la institución en su tradición, está perdiendo poco a poco a todo su 'rebaño'.
Esto solamente les deja una bala para poder intentar atraer a este tipo de personas a su regazo: los cursillos prematrimoniales. Unos cursos donde un señor que no se ha casado ni ha procreado aconseja a los jóvenes qué deben hacer en el matrimonio. Y, ya de paso, aprovecha para proclamar las soflamas ideológicas que no puede hacer llegar desde su púlpito vacío.
En algunos, incluso, se insta a posicionarse contra el aborto. A marginar a los homosexuales. Incluso a penalizar a los negros africanos por intentar no contraer el SIDA a través de métodos anticonceptivos.
Aun así, me proclamo católico. O, mejor dicho, cristiano. Porque lo que me atrae es el menasje (aunque manipulado) que dejó Jesús. Y lo que me cabrea es la sensación de que solo se puede ser católico en este mundo para ser civilizado. Y, mientras, les decimos a las mujeres casaderas que si les duele la cabeza se tomen una Aspirina porque hay que procrear.
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