Sé a ciencia cierta que, si bien mi status laboral es sensiblemente mejor que el de muchos españoles, no por ello he sido y soy inmune a esta crisis que dura y dura y dura.
Es verdad que tengo el privilegio de trabajar en casa, de mantenerme en un sector tan denostado como el periodismo e incluso de tener expectativas de un futuro mejor. Pero no es menos cierto que en los dos últimos años mis ingresos y mi número de clientes ha caído igual que en cualquier otra empresa. Y ello, lógicamente, ha afectado a mi calidad de vida.
Nunca he sido derrochador. De hecho, de no haber tenido mentalidad ahorrativa ahora mismo estaría en bancarrota, como tanta gente hay en esa situación en nuestro país. Pero no he escatimado dinero en vivir bien. Soy de los que piensan que si trabajas y ganas pasta ésta debe revertir, al menos en parte, en que disfrutes de ella en la medida de tus posibilidades. Y así lo hacía, al menos hasta hace 365 días.
Como casi todos los trabajadores que no ganan millonadas ni tienen la suerte de ser rescatados por el Estado cuando la cagan jugándose el dinero de los demás, he perdido una serie de cosas a cuya ausencia he tenido que ir acostumbrándome. Y vivir con ello. Estoy seguro de que muchos os sentiréis identificados.
Voy menos a la peluquería (lo que influye en mi aspecto, y no siempre para bien), porque aunque parezca mentira hay momentos en que 18 euros son vitales para una economía doméstica. Hace mucho que no llevo mi coche a lavar, pese a que en Valencia llueve lo justito. Hablo mucho menos con mis amigos y cuando lo hago uso WhatsApp, porque por mucho que las vendan de otra forma las tarifas telefónicas siguen siendo un robo mayúsculo. Y, por supuesto, ya ni me planteo salir a cenar cada semana, ni comprarme ropa espontáneamente (acabo esperando a que me la regalen en mi cumpleaños o en Reyes) y casi he renunciado a viajar. Y, si lo hago, no gasto demasiado durante mi estancia. Es lo que hay.
Por supuesto que se puede vivir sin eso. De hecho, hay demasiada gente que ya se encontraba en esta situación antes de que en 2007 todo se fuera a hacer puñetas. Y, aunque a veces eche de menos algunas cosas, sigo siendo una persona feliz.
Sin embargo, cada día me repatea que los responsables de que millones de personas en España (y en todo el mundo) estemos así campen a sus anchas sin sanciones jurídicas ni económicas. Que los banqueros que se jugaron nuestro dinero por su codicia reciban pasta pública para enmendar el error y de paso sigan cobran millones de euros de sueldo. Que los políticos que no han sido capaces de frenar esta sangría suban impuestos y recorten gastos necesarios mientras de su salario no se toca ni un euro. Y que los famosos mercados se sigan enriqueciendo a costa del empobrecimiento del 95% restante de la población.
En fin, que puedo vivir con la crisis. Pero cada vez menos con los que la han creado, piden sacrificios y el máximo que hacen ellos es viajar (gratis, of course) en clase turista en lugar de en clase business.
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