Creo que todos, o casi todos, en algún momento de nuestras vidas nos hemos mirado en nuestros mayores. Si hemos tenido la suerte de que pasaran una vejez fuerte y saludable, posiblemente no hayan aflorado según qué preguntas, pero para quienes no haya sido así las siguientes cuestiones le habrán abordado una y mil veces.
Desde que nacemos hasta que nos independizamos nuestros padres (y, en muchos casos, nuestros abuelos) nos cambian los pañales, nos dan de comer, nos surten de ropa y dinero, nos llevan de viaje... Es su obligación, sí, pero lo hacen (al menos en esta época donde combinar trabajo y familia es como pedir que te toque el Euromillón) trabajando a diario y teniendo que atender gastos y actividades múltiples.
Sin embargo, cuando nosotros crecemos hacemos lo propio con nuestros hijos, pero no con nuestros mayores. Somos muy rápidos dejándole la niña a la abuela para irnos a cenar o de fin de semana, pero cuando es la abuela la enferma le decimos que no podemos ir porque tenemos que cuidar de los niños o debemos trabajar.
Debe ser muy duro (porque yo no lo he vivido en primera persona) no poder ocuparse de tus mayores y tener que tomar la decisión de internarlos en una residencia (que, dicho sea de paso, al precio que están te sale a cuenta que vivan en sus casas con una persona cuidándoles 24 horas). Pero lo cierto es que se ha entrado en una espiral social donde el que no puede valerse por sí mismo se queda atrás. Algunos dirán que es ley de vida. Yo creo que, según qué casos, es inhumanidad.
Por eso se me iluminó la cara cuando mi madre (todavía muy joven y sana) me contó un proyecto que tienen pensado con un grupo de amigos para el lejano futuro. Se trata de alquilar (o incluso comprar, entre todos) una casa grande o varios adosados juntos, que les permitan vivir al lado los unos de los otros. De ese modo, siempre tienen compañía y además es de la que eliges, la buena, no de la que te imponen.
Para aquellos que cuenten con mayores dificultades de movilidad o salud, habrá contratadas dos personas para limpiar a diario y una enfermera común, que pueda ocuparse de ellos al tiempo que siguen haciendo vida normal.
Me pareció algo tan simple, humano y bonito que quería compartirlo con todos los lectores de este blog. Ojalá nunca enferméis tanto en vuestra madurez que las circunstancias os lleven a tener qe depender de otras personas, pero si así fuera seguro que cambiarías cualquier residencia u hospital por poder pasar los días junto a vuestros amigos de toda la vida.
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