Cada vez está más de moda el coaching, una disciplina que he tenido el privilegio de estudiar y ver cómo se pone en práctica. Esta consiste básicamente en dos premisas: conocer a cada una de las personas que te rodean para ayudarles a ser mejores y permitirles que sean ellos mismos quienes vean sus capacidades. No hay que decirles lo que tienen que hacer. Hay que ir haciéndoles preguntas para que ellos mismos se las respondan y sean capaces de avanzar por su cuenta.
Es curioso porque lo veo cada día más aplicable a los entrenadores de fútbol. Primero, porque aunque los suplentes siempre se quejarán de serlo, posiblemente puedan conseguir que lo hagan un poco menos. Pero sobre todo porque existe tanta variedad en un vestuario que deberían comprender (algunos) que tener a todo el mundo contento va a ser imposible. Y que, por más que te esfuerces, siempre de una u otra manera alguien pensará que existe un agravio comparativo.
Pongamos por ejemplo la plantilla del Valencia. Unai Emery, su técnico, se confiesa devorador de libros de liderazgo. Pero en casi tres años no ha conseguido transmitir claramente sus ideas, ha tenido 'incendios' con Vicente, Miguel, Joaquín, Pablo, Banega, Mathieu, Manuel Fernandes, Helguera, Hildebrand y el Chori Domínguez. Y, pese a los resultados, nunca ha transmitido a la grada ni ha convencido a los dirigentes.
Sin embargo, pongámonos en su lugar por un momento. En el de lidiar con 25 personas de diferente cuna, formación y ambición. Gente con diferentes motivaciones (algunas muy distintas) y a las que hay que contentar individualmente aunque se enmarquen en un colectivo.
Está por ejemplo Mata, que acaba de renovar e incluso ha asegurado que no le importaría ser capitán. Una persona educada, con estudios e implicación. Aduriz y Soldado, dos delanteros 'tapados' por Villa, Llorente y Torres que han fichado por un club al que quieren devolverle su grandeza creciendo con él. Guaita, que de tercer portero (en el que no confiaban, digan lo que digan, los técnicos) es ahora titular en el equipo de su tierra, pero que tras ver cumplido su sueño resulta que le fichan a otro para el año que viene y se plantea si renovar o no.
Vicente, que lleva cuatro años más fuera que dentro, que ve cómo se le acaba el contrato y que hace mucho tiempo que bajó los brazos. César, para quien cada partido es un regalo a sus 39 años. Miguel, que es consciente de que haga lo que haga jugará 35 partidos al año porque supera técnica y físicamente a Bruno. O Dealbert y Maduro, que pasaron de defenestrados a titulares, luego otra vez a la grada y viceversa y nunca han dicho ni mu.
Si en una empresa normal es complicado para un jefe saber lo que piensan sus empleados, imaginaos en un vestuario de Primera División. Donde incluso el propio técnico hace las cosas pensando en el presente, porque intuye que no tendrá futuro en la entidad.
Por eso, aunque económicamente no haya llegado la crisis al fútbol de élite (sí, el VCF tiene 450 millones de deuda pero los jugadores siguen cobrando una media de un millón de euros neto al año), quizá sí deberían aprender del resto de la sociedad. Esa que, acuciada por el paro y el mileurismo, se forma constantemente y se recicla para poder seguir el ritmo al que cambian los acontecimientos.
conocer a cada una de las personas que te rodean para ayudarles a ser mejores y permitirles que sean ellos mismos quienes vean sus capacidades
Ahora vas y tratas de aplicárselo a David Navarro y la teoría del coaching se va a tomar por saco
Publicado por: www.checheche.net | 06/02/2011 en 10:46