A menudo supongo que todos pensamos lo mismo. Ser millonarios nos cambiaría la vida. No habría que depender de hipotecas. No tendríamos que preocuparnos del trabajo (y podríamos, al menos es mi filosofía, a dedicarnos enteramente a lo que nos apasionara laboralmente). Y no necesitaríamos, en estos tiempos, que hubiera rebajas para comprarnos mucha ropa.
Es indudable, como dicen, que el dinero (a veces) no da la felicidad, pero te ayuda a poder centrarte en las cosas que sí te la dan y que muchas veces no puedes disfrutar porque en tu curro te explotan y te pagan una miseria, o porque para vivir en una casa tienes que dejar de salir a cenar.
Sin embargo, hay algo que nos distingue de la gente que nunca jamás se acabará el dinero que tiene en los bancos. Y no es otra cosa que disfrutar de pequeños placeres que consiguen sacarte una sonrisa, que te alegran el día o que te descubren que con muy poco se puede alcanzar una alegría bastante considerable.
Donald Trump, por ejemplo, no tiene que hacer colas para viajar, porque dispone de avión privado. Si quisiera podría ser uno de los primeros tripulantes en hacer un viaje espacial, simplemente sacando un poco de su dinero de una de sus múltiples cuentas. Si le mola un ático de 600 metros cuadrados en el SoHo se lo puede comprar sin pestañear y al contado. Y si le hablan del mejor restaurante del mundo, es posible que pueda reservar mesa con una simple llamada.
Pese a ello, seguro que nadie le regala una Smartbox que le permita descubrir una deliciosa crepería llamada Cre-Cotte que se ubica en la Avenida de Brasil en Madrid. Casi tan seguro como que nunca escogería una pequeña hospedería en Navalcarnero, donde dormiría cómodamente en una cabañita perfectamente acondicionada. Y, más allá, es muy probable que jamás se pueda sentar (o quiera hacerlo, esperando 15 minutos) en una mesa de la tasca Malaspina, detrás de la Puerta del Sol, para jalarse cuatro platazos de tapas que le saldrían a 10 euros por persona. Lógicamente, esos precios, como en el anuncio del Dacia Duster, no debe contemplarlos por demasiado irrisorios.
Además, es posible que en apenas 48 horas no pueda quedar con amigos a los que no ve desde hace semanas o meses, tomarse tranquilamente un café con ellos y disfrutar de una buena conversación. Seguramente tiene demasiados negocios entre manos. Y muy poca gente que realmente quiera estar cerca suyo sin condición alguna.
Nosotros, todos, tenemos una vida entera para intentar llegar a su nivel económico. Algunos lo intentarán, otros lo lograrán y otros ni lo buscarán. Pero esa opción existe (él mismo no nació rico). Pero para él ya no hay regresión.
Y no digo que no me gustaría tener un edificio en la Quinta Avenida, viajar donde quisiera sin preocupaciones y contar mis billetes como el Tío Gilito. Pero él no podrá hacer lo que yo he hecho este fin de semana.
Algún consuelo nos tiene que quedar
Me ha encantado. :)
Publicado por: La estanteria de MJ | 31/01/2011 en 00:22