Leía hoy un interesantísimo artículo que refleja a la perfección lo que nos pasa, a muchos, a diario en nuestra relaciones. Trataba de un matrimonio español, con total adicción a los últimos modelos tecnológicos, que se hablaba a través de Twitter pese a encontrarse en el mismo sofá.
Lo que hace unos años nos parecería una barbaridad hoy, realmente, está instalado en nuestro día a día. Quien menos tiene dos ordenadores en casa, donde dos personas que cohabitan se han conectado al Facebook a la vez. Y, cuando una hace un comentario en la red social sobre cualquier cosa, va la otra y le responde. Están hablando, pero en realidad están en silencio uno frente al otro.
Vaya por delante que no solo me gusta nuestra sociedad tecnológica sino que creo que es tremendamente eficaz y revolucionaria para el trabajo periodístico. Sin embargo, leyendo estas cosas es cuando te das cuenta de que a veces tienes que dejar la computadora y el móvil y dedicarte a cultivar una buena conversación.
En el reportaje se hablaba del bando científico que dice que somos mucho más rápidos mentalmente que antes por hablar por teléfono, responder un tweet y mandar un mail al mismo tiempo, pero que esto hace que no sepamos priorizar tareas y acabemos por no distinguir lo importante de lo accesorio.
No seré yo quien niegue que esto es una realidad. Es más, me confieso tecnoadicto al cien por cien. Considero, además, que entre el portátil y la Blackberry me creo un estrés añadido que no debería existir y doy importancia a una serie de cosas que podría hacer más tarde o mañana.
Así que sirva este post para intentar iniciar mi lenta desintoxicación. No es sencilla la cosa en la sociedad 3.0, pero voy a intentar, como dice mi amigo Víctor Monsonís 'comenzar a vivir sin estar pendiente de la luz roja'.
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