Tendemos muchísimo (yo el primero, y el segundo, y el tercero...) los periodistas deportivos a la crítica fácil y con sorna. Es fácil hacerse el gracioso, llegar así de forma socarrona a la audiencia e incluso posicionarse (no es mi caso, o al menos no es mi intención) como el rajador ocurrente sobre actuaciones de diversos deportistas.
Uno se da cuenta cuando, como un servidor, narra la Fórmula 1 o el Mundial de Motociclismo en Radio Marca y dice que alguno de los pilotos no debería tener el privilegio de disputar un certamen de ese nivel. Y, sin embargo, cuando hablas con ellos, con gente próxima o hasta con ex de la competición te explican las cosas que hacen a 280 kilómetros por hora y te sientes como un niñato imbécil que opina sin saber de la misa la mitad.
De la misma forma, pero exponencialmente aumentada porque casi todo el mundo ve fútbol, cuando uno retransmite choques de Liga, de Copa o de Champions se llena la boca al decir lo bueno o malo que es un futbolista, lo bien o mal que está físicamente y se queda tan pancho y, a veces, incluso satisfecho de sus ocurrencias.
Esta introducción viene al hilo de la 'resurrección' de Royston Drenthe. Un chaval diferente (cuanto menos), que fichó muy joven por el Real Madrid y no dio el rendimiento esperado, teniendo en cuenta dos factores: que no fue culpa suya llegar tan pronto sino de Mijatovic por ficharle a precio de crack y que cualquiera lejos de su casa, con su edad y sometido a esa presión en el 90 por cien de los casos hubiera tenido actuaciones tan discretas como las suyas.
Sin embargo, más allá de su eclosión futbolística en el Hércules (lo que demuestra que hay entrenadores específicos que saben sacar jugo a lo que otros les parece una fruta muerta), hay algo en lo que el holandés nos ha dado una tremenda lección a aquellos que le criticábamos.
Sabiendo (porque lo sabe) que le han venido palos por todas partes, que le cedían a un recién ascendido y que no empezó con buen pie llegando tarde a su primer entrenamiento, aun así nunca se ha borrado la sonrisa de su cara y, sobre todo, nunca ha dicho no a una entrevista.
Es más, Drenthe ha atendido a todo aquel que ha llamado a su puerta. Ha sido gracioso, ocurrente y, sobre todo, educado. Y, además de todo eso, nos ha callado la boca a aquellos que pensábamos que era un paquete sin solucion alguna.
Por todo eso entono el mea culpa y pido perdón por todo lo dicho. Quizá no sirva de mucho, pero hoy por hoy es lo máximo que puedo hacer, sobre todo para que quede constancia de que los periodistas sí reconocemos a veces que nos hemos equivocado.
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