Desde pequeño (al contrario que a mi hermano Aitor Pilán) siempre me han gustado las Fallas. Me encanta el bullicio de gente en la ciudad, adoro las mascletás y soy de los que si puede visita los mejores monumentos. En general, por la vida que traen, el negocio que permiten y la idiosincrasia de la fiesta, me siento a gusto en estos días.
Sin embargo, también desde pequeño me amarga una circunstancia común: sea cual sea el año, el plan de estudios, la situación económica o la libertad otorgada por los progenitores, siempre hay descerebrados (cerebros rapados, en palabras de mi admirado Edu García) que creyendo divertirse amargan el pastel a más de uno.
Con perdón del vocabulario que voy a utilizar, me refiero a los niñatos a los que se les permite todo (salir, beber, comprar petardos) por ser las fechas que son y que, como van en comandita porque de lo contrario son unos cobardes y se achantan rapidito, resulta que se dedican a atemorizar al personal y a reirse sus gracias de incultos infelices maleducados.
A mí me da igual que me tiren un mascelt o un borracho a dos metros, porque los esquivo y ya está y si tengo que encararme con esos hijos de perra lo hago. El problema es que su inconsciencia les hace lanzarlos a niños, gente mayor, multitudes (da asco ver un castillo cerca del río por la tensión en la que te encuentras) y aún tienen suerte de que pasan un dieciseisavo de las cosas que podrían pasar.
Porque, encima, casi nunca ocurre nada. Y si ocurre, ellos salen de rositas. Si un petardo hiere a alguien, ellos están ilesos. Si un borracho quema alguna parte del cuerpo de alguien, siempre en en dirección contraria a la suya. Si esperan hasta el último momento para que explote un masclet, nunca les revienta en la mano.
Son como el niñato (otros que tal) a quien papá le ha comprado un cochazo y vacila con sus colegas y algunas niñas de conducción, de acelerones, de dominio del volante, de maniobras arriesgadas. Y todos y todas le ríen las gracias hasta que descubre que no es Fernando Alonso y pierde el control y se estampa. Pero, por supuesto, los que cascan son sus amigos. Él sale ileso. Y por mucho remordimiento y mucha hostia, resulta que sigue viviendo mientras otros han dejado de hacerlo por su culpa.
No le deseo el mal a nadie, pero a todos aquellos inconscientes que juegan con la salud de los demás utilizando la pirotecnia en Fallas, les digo que ojalá si tiene que ocurrir un accidente con la pólvora, les ocurra a ellos en sus propias carnes. Porque el resto no tenemos la culpa de que su forma de divertirse sea emborracharse y reirse de los demás, en lugar de ir al cine o tener una buena conversación con los amigos.
Únele a esos mencionas los borrachuzos de mierda y ya tenemos la falla plantada
Publicado por: checheche.net | 19/03/2009 en 17:27