Quizá fuera por haberse acostumbrado a ganar finales, a jugar partidos decisivos y acabarlos con final feliz. Puede que por ahí viniera la tranquilidad de la gente que vi en Madrid, relajada como si su equipo no estuviera en el alambre del descenso, esperanzada como si el juego de los de Koeman no invitara al pesimismo.
Pero es que los ciclos del fútbol no son estudiables, pero existen. Por eso la afición del Valencia recordaba la final de la Liga de Campeones de París, donde se llegaba como gran favorito ante un conjunto grande pero deprimido en su liga y se acabó perdiendo con claridad. Casi con el mismo resultado. Y también con un gol de Morientes.
Seguro que era por eso que las personas que vi en la carpa estaban felices, confiadas, tomando algo con los amigos y sabiendo que muy mal se tenían que dar las cosas para no llevarse un nuevo título a las vitrinas.
Hasta el técnico holandés, que en Bilbao días después volvería por pura cabezonería al 4-3-3 y se llevaría un saco de goles, hizo por una vez caso a sus jugadores y varió el esquema con un 4-2-3-1 en ataque, dando el mando a Marchena y Baraja y volviendo a construir desde las bandas, por donde llegaron los dos primeros tantos.
Ni entre la prensa, ni entre los aficionados ni me atrevería a decir que entre los dirigentes había dudas respecto al resultado. Incluso la prensa de Madrid se olía el pastel, aunque no pudieran dar rienda suelta a sus sensaciones.
El fútbol, en las finales, suele ir con los grandes. Porque están acostumbrados a manejarse en estas lides y porque en el Valencia, a pesar de la situación actual, jugadores como Hildebrand, Marchena, Baraja, Morientes o Edu tienen más aguante de piernas que ningún otro cuando se trata de jugarse un título.
PD.- Escribo esto para recordar, en estos días oscuros para el valencianismo, que todavía hay esperanza
* Artículo publicado en www.nostresport.com
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